Oración al Señor Buen Dios
De la obra Océano-Mar de Alessandro Baricco, proviene este fragmento traducido por una mujer con nombre de río, MM.
Oración (una de las 9,567) escrita por Padre Pluche al Señor Buen Dios.
Oración para uno que está perdido, o sea, hablando claramente, oración para mí.
Señor Buen Dios, tenga paciencia, soy yo de nuevo.
Bueno, aquí las cosas van bien, el que más, el que menos, uno se las arregla siempre, prácticamente, antes o después se encuentra siempre el modo para arreglárselas, usted me entiende, o sea, éste no es el problema.
El problema es otro, si usted tuviera la paciencia de escucharme. El problema es este camino, este hermoso camino que fluye, corre y socorre, pero que no corre derecho como podría, y tampoco corre curvo como sabría, no. Curiosamente se deshace.
Créame (por una vez usted crea en mí) se deshace. Hablando brevemente, se va un poco por aquí y otro poco por allá, poseído por una libertad improvisada. Quién sabe.
Ahora, no es que quiera subestimarle, pero debería explicarle esto, que es cosa de hombres y no es cosa de Dios, cuando el camino que se tiene por delante se deshace, se pierde, se desgrana, se eclipsa, no sé si usted tiene presente, pero es fácil que no, porque es cosa de hombres, en general, perderse. No es cosa suya. Necesita ser paciente y que me permita explicarle. Es cosa de un momento. Antes que nada, no tiene que dejarse desorientar por el hecho de que, técnicamente hablando, no se puede negar que este camino que fluye, corre y socorre, bajo las ruedas de esta carroza, efectivamente, queriendo atenerse a los hechos, no se deshace en absoluto.
Técnicamente hablando.
Continúa derecho, sin vacilar, ni siquiera un tímido cruce, nada.
Derecho como una vara. Yo mismo lo veo. El problema, permítame que se lo diga, no es este. No es de este camino hecho de tierra, polvo y piedras de lo que estamos hablando. El camino en cuestión es otro. Y no corre fuera si no dentro. Aquí dentro. No sé si usted tiene presente: mi camino.
Todos tienen un camino, lo sabrá bien usted, que ademas, no es ajeno al proyecto de esta máquina que somos, todos y cada uno de nosotros. Por dentro todos tenemos un camino, cosa que facilita, la diligencia de nuestro viaje y sólo raramente nos lo complica. Ahora es uno de esos momentos en que lo complica. Hablando brevemente, es ese camino que, el de adentro, el que se deshace, y que se deshizo, bendito, y ya no está. Sucede, créame, sucede. Y no es una cosa agradable. Yo no creo que esa idea suya del diluvio universal, haya sido efectivamente una idea genial. Porque queriendo encontrar un castigo, me pregunto qué mejor cosa que dejar a un pobre cristiano en medio de ese mar. Ni siquiera una playa. Nada. Un arrecife, un despojo abandonado. Ni siquiera eso. Ni una señal para comprender qué ruta tomar, para irse a morir.
...Sé perfectamente cuál es la pregunta, es la respuesta lo que me hace falta.
Corre esta carroza, y no sé adonde va. Pienso en la respuesta y en mi mente se hace oscuro. Asi que, ésta oscuridad, la tomo y la pongo en sus manos. Y le pido Señor Buen Dios, que la conserve con usted aunque sea una sola hora, consérvela en sus manos ese poco tiempo suficiente para diluir la oscuridad, para disolver el dolor que produce en la mente, esa oscuridad del corazon, esa negra sensación, ¿lo haría? Podría usted, aunque sea, inclinarse solo, mirarlo, sonreírle, abrirlo, robarle una luz y dejarlo caer; que, no se preocupe, de encontrarlo y de ver donde está me ocupo yo.
Una cosa de nada para usted, tan grande para mí. Me escucha señor Buen Dios? No es mucho pedir, es sólo una oración, que es un modo para escribir el perfume de la espera. Escriba usted, donde quiera, el sendero que he perdido. Basta una señal, algo, un rasguño ligero sobre el vidrio de estos ojos, me miran sin ver, yo lo veré. Escriba en el mundo una sola palabra escrita para mi, la leeré. Roce por un instante este silencio, lo sentiré. No tenga miedo, yo no tengo. Y que se deslice esta oración con la fuerza de las palabras, más alla de la jaula del mundo, hasta quiensabe dónde. Amén.
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