Naara, ángel exterminado
Cito a continuación un comentario crítico de Ricardo Lindo, originalmente publicado en El Faro.
Naara, ángel exterminado
Ricardo Lindo
Hará aproximadamente treinta años vimos a Naara Salomón haciendo el papel de la joven coja en El zoológico de cristal de Tenesee Williams. Era tan convincente que por esas fechas la vimos atravesar una calle del centro de San Salvador a mediodía, con semáforo en rojo, y los vehículos debieron esperarla mientras pasaba de amarillo a verde, hasta el siguiente rojo.
Muchos años más tarde, entrando en la edad pero lejos de la vejez, la vimos interpretando una anciana en La señorita de Tacna de Mario Vargas Llosa, y era tan convincente que hubo espectadores que bien la conocen y no la reconocieron, dándola por anciana verdadera.
Ahora, en Ángel de la Guarda del joven poeta salvadoreño Jorge Ávalos, el reto es mayor, pues recorre las edades. Debe pasar de una mujer madura y amargada a la infancia y adolescencia de sus evocaciones, y nuevamente, convence.
Hablando sin cesar y sin decaer nunca, pasando de un registro a otro con sutileza, Naara nos mantiene absortos a todo lo largo de la obra.
El monólogo de Ávalos es una narración poética, y el director, Roberto Salomón, lo declaró inmontable antes de montarlo.
Mesurado, Ávalos hace avanzar su poema dramático como una marea creciente. Las olas parecen repetirse, las espumas parecen iguales a las anteriores, pero no son las mismas. Los mismos párrafos se repiten alterándose y alternándose, y van avanzando hacia el drama, a saber, la violación corporal de la adolescente por su padre y la violación emocional de la misma por su madre.
Esta última entra en su cuarto en su ausencia (en presencia de su hija no lo hace jamás), y lee su diario íntimo, y no deja de hacerlo ni incluso cuando ve entrar a Angélica. Muy al contrario, le repite con sorna las palabras de seducción de su padre, como si la muchacha fuese culpable de ese dolido y ambivalente amor que a pesar de todo reconoce y escribe.
Pero la voz de Angélica la asume su ángel de la guarda, su creación y su alter-ego, luz que viene de sus cuatro años y que tras tan rudas experiencias se convierte en un demonio, y aquí la creativa puesta en escena nos va alumbrando en el camino.
La mujer amargada cuelga en un perchero el saco de su padre muerto, con las condecoraciones que ganara en la guerra, y con un cambio de vestuario ante el público se transforma en el ángel de la niña mientras unas proyecciones nos dicen una mujer desnuda que se difumina en blancos. Son transformaciones paralelas de un mismo personaje.
El ángel va sirviéndose de los habitantes de una casa de muñecas para narrarnos la historia. Cuatro muñecas nos dicen el crecimiento de Angélica.
En determinado momento pone al muñeco-padre en el bolsillo junto a la solapa del saco, y es la imagen del dictador asomado al balcón, bajo el cual penden las condecoraciones como estandartes.
Todo conduce inexorablemente a un ángel exterminador que es, bien vistas las cosas, el ángel exterminado, la pureza ultrajada.
Y todos los elementos combinan de manera admirable. Entrevistado por Giovani Galeas junto a la actriz, Ávalos repitió el elogio que hizo a los tres la pintora Negra Álvarez: “Ustedes son un banquito de tres patas”.
En anteriores montajes de Roberto Salomón le hemos reprochado que sus puestas en escena fuesen buenas como tales, pero deficientes en la conducción actoral. Siempre pusimos como excepción a su esposa Naara, su principal actriz. Roberto reconocía esos defectos, pero aducía falta de tiempo y de fondos. Esas deficiencias se vieron sin embargo superadas en su antepenúltimo montaje, La gata sobre el tejado ardiente. No tuvimos ocasión de ver el penúltimo, por eso lo obviamos. De todos modos, esta vez, con Ángel de la Guarda, estando tres talentos juntos cada cual en su sitio, no podía fallar.
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